Nepal eres tú o
nadie
Nepal sos y en
Nepal me convertiría
Cuanto más te
digo te quiero, más se disfraza de verano la pasada primavera
Llegué
como un tiro, como dos, uno de escopeta y otro de farlopa, rebotado por un
accidente de tren que me dijo “corre y vive”; entre así medio tembloroso, era
el camino rugoso, todo baches desde Lumbini hasta la capital. El jeep de 10 pasajeros
se hizo de 26, aquel coche de 5 se hizo de 11 y el último paso, en buseta de 30,
se hizo de “rodea-el-congreso-el-senado-y-las-ventas”.
Era junio
de 2001, cuando el rey y su familia fueron
asesinados durante una cena palaciega, en lo que se conoce como el episodio
“what-the-fuck-parricide”, la versión oficial apunta a los maoístas, la
pseudo-oficial a su propio hijo, el príncipe heredero, y la más verosímil, a una
conspiración[1]. Poco
tiempo después los comunistas tomaron el poder a través de la lucha armada, en
una guerra que condenó el país, ya en el calabozo, a cadena perpetua.
Hoy
Nepal es el segundo
país más empobrecido de Asia en términos de renta per cápita. Su ubicación
entre las nubes dificulta la conexión entre sus gentes, sus productos y sus
servicios. Lógicamente el gobierno trata de alinearse con la tendencia mundial
y hace todos los esfuerzos posibles por corromperse. A veces la falta de
suministro falla, y entonces, vuelve la luz.
Pregunto “Hey Katmandú!
What´s going on?”, y desenrolla su alfombra granate para poder yo pasear sobre
ella.
Acogedora
como la señora
Doubtfire, sus calles recargadas no paran de contar secretos, susurrando a
voces las leyendas montañeras más increíbles, el escalón de Hillary, la
genética de los sherpas, las chupas North Face de segunda mano, los antrazos
donde antaño hippies ortodoxos y neo yonkis hacían del LSD su dieta básica, el
hinduismo nepalí y sus templos reinventados.
La mano de
Shiva sostiene souvenirs manufacturados en Guanzhou, y menores de edad estudian
las leyes de Adam Smith entre sacos de especias y cereales, haciendo evidente
que la mano invisible del mercado azota a los más débiles con la fuerza de un
ciclón.
Deambulo
híper motivado, me falta carrete, me falta objetivo, me falta dedo índice para
clickear cada estampa, norte, sur, este, oeste, todo ruido y trajín. Llueve y,
en mitad del gran charco por el que nado, a veces se forman pequeñas islas de
barro sobre las que resbalar.
Mujeres
más que hombres, ofrecen sus puyas –plegarias con flores- a los dioses horadados
en cada muro de arenisca. Oigo unos gritos, no son de auxilio, son de alegría;
atravieso un pasadizo y el balón me pega en la frente, no les culpo, es
demasiado amplia como para esquivarla.
Niños y niña,
descalzos y con tacón, jugamos un partidín entre leones, altares y un patio de
vecinos bendecido por el sol reciente.
Metro
de Tokio, hora punta, prisas fenicias de vendedores ambulantes, guiris
disfrazados de Juanito Oiarzabal,
guiras disfrazadas de Yoko Ono, todos juntos en la cama y en trance cantamos “all we are saying, is give
peace a chance”, pero el carrito de los helados me acribilla los pies y me
devuelve a la realidad.
Spain is
different! Y aunque sea igual, no importa, cuando más apátrida quería ser, me
secuestra el más patriotic-minute de mi vida, a mi derecha banderas desechadas
por un nefasto mundial cobijan a lady-gaga sin mucho afán, enfrente San Miki,
la espumosa española más bebida en el extranjero, y aquí, abajo, sin esperarlo,
Inditex trata de perseguir las falsificaciones, luego es normal que no tenga
tiempo de tributar en España sus ventas hechas por internet[2].
Sigo
descendiendo, más vencido al magnetismo que al racional mapa que nunca llevo,
atraco mi barca en la plaza
Durbar, me derrito, me deleito, y Cupido apunta su flecha directa a mi
sien.
Mágicos,
templos, apiñados, cochambrosos pero dignos, esbeltos, orgullosos de ser hoy
del pueblo. Construidos con madera y apostados sin martillear un solo clavo,
estas estructuras no se cansan de ver pasar el tiempo, se abrazan los pilares
entre sí, frisos que se quieren, arquitrabes también, Shiva mira a Ghanesa y
dice “vamos a pasarlo bien”.
Katmandú entera
se sube a las escaleras para tomar masala chai – té indio, con
leche y jengibre- y contemplar a Cristiano Ronaldo meter goles de maíz en
porterías de palomas.
Una
maraña, queremos subir los Annapurnas, hay que darse caña, va, necesito
encontrar una agencia que encuentre un conseguidor que encuentre en la embajada
china la forma de permitir a estos dos chicos cruzar el Tíbet ocupado.
-
“¡¿qué dices? al Tíbet solo se va en avión y con
billete de ida y vuelta!”.
Le
contesto con ojos de loco, para confirmar que sí, que no estamos cuerdos, pero
tampoco tontos, por eso debemos evitar Pakistán o Afganistán en los tiempos del
cólera, y Tíbet parece el camino más propio de este surrealismo mágico que
ejerce distrito pachanga.
Va, Katmandú,
quiero más, suelta de eso que tú nos das, “hey, my friend, some weed? Cocaine?
May be some hash?”, camellos precarios en cada esquina, Ámsterdam oriental,
plis plas, abastecen de tóxicos a hebreos buscadores de aventuras, meto gas, y
mis ojos buscan la cúspide del templo xxx, allá en lo alto, donde las nubes se
pegan el palo con los banderines budistas que ondea el viento.
¿Altos
en el camino? Unos cuantos, convertimos un partido de cricket en el gran circo
mundial, dos porterías, un regate y me crecen los enanos.
Qué giro, qué alegría. A 10 horas de la frontera India me sorprenden los puestos callejeros,
tirados, sí, pero limpios y ordenados. Una mosquitera improvisada protege los
trozos de pollo sobre la mesa, se alejan las moscas, se relajan los sistemas
inmunitarios, tiembla mi lacrimal y se derraman gotas de alegría por el tramo
que une mis ojos y mi nariz. Ahora sí, this is Nepal, no India anymore!
Bertín Osborne anuncia
que “esta noche Ricardo se va a convertir en… Rocky Balboa” y subo los 700
escalones de 6 en 6, agitado, desgarrando chancla para encaramarme a la cúpula
de Swayambhunath,
templo okupado por monos, monos ocupados en evitar los flashes de cámaras,
tantas cámaras que me rodean, mientras como plátano, fumo piti y observo el
infinito valle de Katmandú que, coqueto entre la niebla, me chiva al oído
“corred, coged la vida, y no paréis hasta haberlo conseguido”.
[1] Parqueados en un escalón,
ebrios de falsa ginebra e inundados por la lluvia, Alberto y yo escuchamos
atentos la historia de Javreesh, quién busca comida para su hijo, quién nos
revela que todas las personas en Nepal saben que no fue el hijo quién mato al padre,
sino el tío, quién tras el suicidio del hijo se aupó al poder; teoría
conspiratoria contada en voz muy baja, las paredes hablan, los oficiales espían
y las historias que no se cuentan, son historias que nunca ocurrieron.
[2] Las ventas virtuales en Irlanda
son gravadas tan ligeramente que a Inditex le parece bien declarar todo su
volumen de ventas on-line en Irlanda, aunque la prenda se haya cosido en
Orense, y la hayan comprado desde un ordenador en Huelva.
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